Mi imperdonable destierro: De la Comunidad rural a la Ciudad

Al saber que voy por la tercera década de vida, a veces pienso que son tantos años liberales que pasaron que fugazmente experimente realidades desde muy buenas hasta las más miserables. Recuerdo haber sido un niño cauto nacido en aquella comunidad rural de extrema pobreza, el agua que tomaba era del rio viajero o de algún manante multifacético cerca de la cabaña donde me refugiaba, todavía era un infante sensible que no entendía la realidad. Los días pasaban volando como las aves hambrientas que corre por lo desiertos, solo me preocupaba de llenar el estómago.

Años después celosamente me matricularon a la escuelita fugitiva que estaba frente a mi choza, aprendí a cocachos maliciosos,  látigos endurecidos, jalones en la oreja, chuletazos como decía aquel profesor rebelde que en paz descanse, las silabas, la tabla de multiplicar y a leer. En los últimos años era el mejor, o me creía el mejor, pasé a secundaria con el perfil bien alta, aunque caminaba arrugado como un anciano con la espalda curveada, imaginaba caminar a lo alto, casi paralelo a las nubes que recorrían por el cielo ceniciento de las praderas andinas.

La secundaria cursé inteligentemente junto con los hijos de los ricachones y de la clase media  del pueblo que estaba a cincuenta minutos de mi comunidad, con frecuencia no tenía propinas y si tenía algún día por suerte cada vez que metía la mano al bolsillo solo me sorprendía valientemente con diez o veinte céntimos sabiondos, compraba un pan que aquel entonces solo costaba diez céntimos, casi no me llenaba el buche atolondrado que yacía vacío durante el día, era costumbre estar de hambre cada día. Mis compañeros cada vez no estaba un docente no paraban de tragar todo tipo de comida chatarra que llaman hoy malhumoradamente, se lucían con la propina que les daba sus padres calmosos que descuidaban de sus hijos atrevidos. El uniforme que vestía, era el de baja calidad, el más barato, a veces fue objeto de burla de mis compañeros infelices, no me sentía menos, eso me motivaba más para estudiar herméticamente, de superar a toda mi promoción, era mi sueño los primeros años que al terminar la secundaria me apropie del primer lugar de excelencia académica el que me motivo a seguir estudios superiores. No llevaba propinas, no vestía de lo mejor, mis padres eran campesinos extremadamente pobres ocupados a la agricultura de subsistencia, el promedio del ingreso familiar era no más cincuenta nuevos soles mensuales en aquel entonces, pero salí airosamente de ese tumulto infeliz desgraciada.

A los pocos días de finalizar las labores escolares del año 2006, entre en una desesperación cruel que me exigía que como primer alumno debía postular a la Universidad, no sabía nada del cómo y cuándo  hacer todo ese trámite y proceso seductor, mientras que mi padre jamás quiso que siguiera con mis estudios, mi madre me consolaba llorando, aducía que ella  me apoyaría aunque sea pidiendo limosna para que siguiera estudiando.  Aquella noche salí de mi casa rumbo a la ciudad imperial cargado de algunas ropas y frazadas en un bolsa de arroz, la cisterna atolondrada que llevaba combustible de puerto Maldonado a Cusco fue el testigo de mi traslado  por la trocha carrozable antipática que lleva a aquella ciudad, donde me sentía perdido, no conocía las calles anticuadas, imaginaba perdiéndome antisocialmente en las calles de la ciudad.

El único refugio, era  la cabaña amistosa donde estaba alojada mi tía de la línea paternal en el borde de aquel barrio popular de Ayuda Mutua, que yacían todavía unas pampas donde podías pastear ovinos que ahora se ha convertido un suburbio repleto de población. Desde el primer día salí a poner en práctica un habilidad que habría aprendido diez meses atrás cuando llegué por primera vez a la ciudad, era el de cortar, arreglar y limpiar los jardines de los barrios de la clase media de la ciudad, Zaguán del Cielo, Mariscal Gamarra, Santa Mónica, Manuel Prado, Magisterio entre otros. En no más de dos semanas logré ahorrar un promedio de cien nuevos soles, luego volví a la comunidad donde nací para seguir recolectando para matricularme a una academia pre universitaria, cuando llegué  le pedí otros cien nuevos soles que mi padre había ahorrado por varios meses, el viejo me riñó, me amenazó con darme castigos severos en caso de que su inversión sensible fuera en vano al no ingresar a la Universidad, mi madre me respaldó con el argumento de en caso no ingresara a la Universidad trabajando lo devolvería los cien nuevos soles que me estaban entregando. No dije nada, solo murmure de mi adolorida realidad, por ratos casi lloré aquella mañana de diciembre lluviosa.

Volví a la ciudad, pregunte por las numerosas academias, me convencieron en la academia milenium que ese año iniciaba sus servicios de preparación preuniversitaria, el cual fue una estafa, no hubo docentes, durante casi todo el ciclo día a día pasábamos durmiendo y jugando en los patios del colegio Mariscal Gamarra donde era el local de la academia. Faltaban dos semanas, los siete alumnos primeros puestos de diferentes colegios que estábamos no habíamos aprendido nada, pedimos una devolución del dinero aportado, nos negaron y preferimos buscar otras academias por nuestra propia cuenta, que hasta hoy nunca nos vimos con ellos, ojalas que estén mucho más vivos que yo.

Inestables días después encontré la academia Cepre U cusco, los dieciocho alumnos de la academia eran monstruos a mi parecer, sabían todo, mientras me quedaba admirando a todos. Durante las dos semanas, me saqué la mierda en otras palabras, dormía solo una o dos horas al día, cada noche me amanecía en las perturbadas y frías aulas del edificio que hoy se ha convertido en una pollería.

Llegó el día del examen de Admisión, pasé con un fuerte control policial la puerta de ingreso de la Universidad que soñaba estudiar en sus aulas. Era dos de la tarde, salía el resultado, había ingresado pero sin saber qué carrera estudiaría, solo un alumno de la academia me superó en el puntaje, solo tres de todos habíamos ingresado, los demás se fueron tristes y llorando que en mínimas oportunidades me pude ver, después nunca más supe de ellos.

Después de dos semanas, era el día de escoger las carreras para adjudicarse según el orden de méritos, pues no sabía qué carrera estudiar, ese día estaba solo, me encontré con un amigo de la primera academia, Hugo Rosalio, conversamos calmadamente un rato con el prospecto de admisión en la mano, quedamos escoger Antropología para ser compañeros de nuevo, él se retiró del primer semestre, mientras que yo terminé ya hace dos años atrás dicha carrera estupenda, que todavía estoy incierto si me titularé, la tesis se me hace pesado, ya paso trabajando por varios meses confidentes y sigo aun atrapado en la precariedad amanerada, en un momento gentil pensé estudiar otra carrera, Economía, es muy improbable sinceramente que estudie esa carrera más, porque al parecer estoy experimentado el enamoramiento colorido de mi adolescencia afrodisíaca.

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